miércoles, 29 de noviembre de 2006

La invisibilidad del otro - Juan Cianciardo

La invisibilidad del otro

Por Juan Cianciardo
Para LA NACION

Poco después de que la Suprema Corte bonaerense -el 31 de julio de 2006- autorizó la práctica del aborto en una mujer con deficiencias mentales que había sido violada, Héctor Negri, juez de ese tribunal, que por razones de salud no intervino en el caso, señalaba que lo había afectado profundamente uno de los puntos resolutivos de la sentencia. Resaltó, concretamente, que según la mayoría de la Suprema Corte no correspondía "expedir un mandato de prohibición a la práctica de interrupción del embarazo sobre la joven L.M.R."

Al doctor Héctor Negri lo conmovió la crudeza lapidaria de la expresión: se prefirió eludir un "autorizamos el aborto" y se optó por ignorar completamente al no nacido, eludiendo incluso su mención, asignando, quizás, a la palabra un poder demiúrgico, capaz de hacer desaparecer los aspectos de la realidad que incomodan o no se acomodan a los intereses propios.

Esa frase, en definitiva, fue la fórmula elegida para condenar a muerte a un ser humano. No es una fórmula original ni poco trillada: el camino psicológicamente menos culpable y jurídicamente más corto para negar a alguien sus derechos es negarle que, precisamente, sea alguien.

Si el otro no es otro, no es persona, no tiene derechos y, por eso, negárselos no es en realidad negárselos, sino afirmar su condición de objeto, de res que puede ser libremente utilizada por quienes sí son "alguien".

Los costos de esta construcción de una realidad ficticia, a la medida del propio interés y sin importar las consecuencias, son el cercenamiento de la experiencia y, en perspectiva ética, la barbarie.

Además, quienes así reflexionan -en este caso, la mayoría de la Suprema Corte- no pueden evitar incurrir en contradicciones: obsérvese que el expediente que ellos mismos contribuyeron a caratular y luego resolvieron fue "R.L.M., «NN, persona por nacer. Protección. Denuncia»".

Se aceptó en la propia carátula que en el caso estaba en juego la vida de alguien: la vida de "NN, persona por nacer", por más que, luego, en la parte resolutiva, se haya omitido toda mención al asunto ("Vive como piensas o terminarás pensando como vives").

La necesidad de autojustificación conduce a una cerrazón (a un "me tapo los ojos, no quiero ver") que llega a extremos insospechados.

Sólo así puede entenderse la negativa de la mayoría de la Suprema Corte a uno de los pedidos del juez Pettigiani, que integró la minoría: realizar una ecografía, tendiente a conocer el estado de salud y el grado de viabilidad extrauterina de "NN, persona por nacer" para, de algún modo, "hacerlo hablar", de acuerdo con el derecho del niño a expresarse en todo proceso que le concierna. Teniendo a la vista las circunstancias del caso, cuesta imaginar una petición más sensata.

No se trata de un caso aislado, lamentablemente. El periodista de LA NACION que días pasados entrevistó a quien luego sería condenado como autor material del homicidio de Axel Blumberg destacaba en su crónica que el delincuente describía su participación en los hechos omitiendo no sólo la mención del nombre de la víctima, sino, incluso, cualquier tipo de referencia a ella.

También aquí -como en el nazismo, en el apartheid o en la "guerra preventiva"- el paso previo al crimen y a su intento de justificación posterior es fingir la invisibilidad del otro.

El autor es profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Austral

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