miércoles, 29 de noviembre de 2006

Conferencia Episcopal Argentina: Comunicado de Prensa sobre el proyecto de ley sobre la «anticoncepión de emergencia».

Lunes 27 de noviembre de 2006

Comunicado de Prensa

La Cámara de Diputados de la Nación está próxima a tratar un proyecto de ley que autoriza la venta y la distribución gratuita de las píldoras denominadas de “anticoncepción de emergencia”, también conocidas como “píldora del día después”. Los organismos de control sanitario reconocen que entre sus acciones esta droga impide la anidación o implantación del embrión en el útero materno. Se trata, por lo tanto, de un fármaco que atenta contra la vida humana, que la Constitución Nacional considera inviolable desde el momento de la concepción.

Los obispos de la Iglesia Católica en la Argentina, que reiteradamente han expresado su preocupación por la defensa de la vida, apelan una vez más a la conciencia de los legisladores nacionales y solicitan como ciudadanos el archivo definitivo de dicho proyecto.

Oficina de Prensa
Conferencia Episcopal Argentina


Conferencia Episcopal Argentina: Bien Común y Diálogo.

Bien Común y Diálogo

Con ocasión de nuestra Asamblea Plenaria los Obispos nos dirigimos a los fieles cristianos y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, con el deseo de compartir algunas reflexiones que nos ayuden a fortalecer nuestra esperanza y a recorrer todos juntos, gobernantes y ciudadanos, el camino de la construcción del Bien Común, ámbito necesario para el desarrollo de la dignidad de la persona humana y fundamento de la equidad en el crecimiento de la sociedad.

El Bien Común es el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia nos recuerda que el Bien Común no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada sujeto del cuerpo social, y que la persona sola no puede encontrar realización en sí misma, prescindiendo de su ser «con» y «para» los demás. Por ello se hace necesario un amplio y sincero diálogo de toda la sociedad.

El diálogo es el gran instrumento de construcción y consolidación de la democracia. Los cristianos encontramos su fundamento en la Encarnación del Hijo de Dios que tomó, Él mismo, la iniciativa de hacerse como nosotros para venir a salvarnos. El compromiso de la Iglesia con el diálogo nace de la fe en Jesucristo y en la verdad del Evangelio. Esto nos obliga a priorizarlo en todos los órdenes de nuestra convivencia. Disposición que nos compromete en primer lugar a nosotros mismos como testigos de la fe que predicamos.

Fortaleciendo el diálogo podremos superar la excesiva fragmentación que debilita a nuestra sociedad y nos dispondremos a encontrar los consensos necesarios que nos ayuden a reafirmar nuestra identidad y crecer en la amistad social.

Este camino, unido a un verdadero espíritu de reconciliación que nace de la verdad, se afirma en la justicia y se plenifica en el amor, es el que nos permitirá consolidar las instituciones de la Nación.

A pesar de los logros que, con el esfuerzo de muchos argentinos, hemos obtenido en estos últimos años, los niveles de pobreza, exclusión social e inequidad son todavía altos. Por lo tanto, es necesario que, viviendo con más austeridad nos preocupemos mucho más de los pobres y nos comprometamos con espíritu solidario a acrecentar la riqueza del país y a distribuirla con mayor equidad.

En el marco pastoral de nuestra Asamblea los invitamos a ejercer un mayor protagonismo en la construcción de la sociedad civil, que nos permita convertirnos en activos ciudadanos y asumir nuestra personal responsabilidad en la concreción de ese conjunto de condiciones que llamamos “Bien Común”.

Renovamos nuestra vocación de servicio a nuestros hermanos y al bien del país que encomendamos a la Virgen de Luján que siempre nos acompañó a lo largo de nuestra historia.

92ª Asamblea Plenaria

Pilar, 10 de noviembre de 2006


Conferencia Episcopal Argentina: Ante la nueva Ley de Educación Nacional.

ANTE LA NUEVA LEY DE EDUCACIÓN NACIONAL

Al pueblo de Dios,

a los legisladores y autoridades,

a todos los hombres de buena voluntad

1. Los obispos argentinos reunidos en la Asamblea Plenaria queremos recordar algunos criterios con la intención de contribuir a que la nueva Ley de Educación Nacional, de próxima sanción, sea un instrumento eficaz para la formación de las futuras generaciones de argentinos y, por tanto, para el bien común de la Patria.

2. La educación es un bien público y es también un bien personal y social. Todos, sin exclusión alguna, tienen derecho a una educación de calidad. El Estado, por su parte, para sostener y respaldar la libertad de enseñanza garantizada por la Constitución Nacional, mantiene y preserva un único sistema de educación pública con dos subsistemas: el de gestión estatal y el de gestión privada.

3. El rol principal y subsidiario del Estado debe conjugarse con el derecho natural e inalienable de los padres a elegir para sus hijos una educación que responda a sus propias convicciones y creencias, sin discriminación alguna. Resulta irrenunciable sostener el principio de libertad de conciencia como un derecho de las familias, de los educadores y de los educandos.

4. Una concepción integral de la educación incluye necesariamente la dimensión trascendente del hombre. Nuestros niños y jóvenes merecen una Ley de educación que contemple en plenitud las aspiraciones de la persona, que no sólo se expresa en su dimensión social, laboral y científica, sino que busca las alturas de un horizonte cultural, espiritual y religioso. En este sentido, aspiramos a que una ley de educación para todos los argentinos dé la posibilidad a cada educando de conocer, amar y creer en Dios, Creador y Padre de todos.

5. El sentir común de la sociedad es que la escuela en Argentina esté al servicio de un desarrollo pleno del hombre como persona en sus dimensiones física, intelectual y afectiva, sociocultural, espiritual y religiosa, sin descuidar el aspecto laboral y comunitario. La educación constituye el fundamento indispensable de una sociedad más justa y solidaria que se sustenta en los valores de paz, libertad, igualdad, solidaridad y búsqueda del bien común.

6. La educación es para todos, y todos tienen derecho a iguales oportunidades. Corresponde al Estado, sobre la base del principio de justicia distributiva, financiar de manera equitativa tanto la educación de gestión estatal como la de gestión privada. Por otra parte, la necesidad real de superar un sistema educativo fragmentado no debe justificar una intervención excesiva del Estado Nacional sobre las autonomías provinciales.

7. Ante la inminencia del tratamiento de la Ley de Educación en el Congreso de la Nación, rogamos a todo el pueblo de Dios, a los hombres de buena voluntad, especialmente a los padres de familia y a los educadores, que se comprometan a sostener los principios que hemos recordado y a los cuales han adherido más de trescientas cincuenta mil personas, muchas de ellas pertenecientes a distintos credos y otras instituciones. Consideramos que los mismos son fundamentales para que la nueva Ley sea el instrumento adecuado en orden a construir una Nación cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común.

8. A las autoridades que intervienen en la elaboración y sanción de la ley les solicitamos que asuman estos principios y los incluyan en el contenido de la misma.

9. Pedimos a todas nuestras comunidades que recen insistentemente para que Dios, el Señor de la historia, ilumine a quienes tienen la grave responsabilidad de sancionar esta Ley, y encomendamos de un modo especial estas intenciones a Nuestra Señora de Luján, Patrona de la Patria.

Pilar, 10 de noviembre de 2006

Los Obispos de la Argentina


Conferencia Episcopal Argentina: Una cuestión de vida o muerte.


Una cuestión de vida o muerte



A los hermanos que creen en Dios y a todos los hombres de buena voluntad:

Como pastores de la Iglesia, les escribimos con la preocupación y la esperanza del amor que les debemos.

Hace pocos días una señora se presentó a un sacerdote con una hija discapacitada y con profunda alegría le dijo: “Gracias, padre, hace unos años usted me ayudó a ver claro. Yo estuve a punto de abortar ante la evidencia de las malformaciones de mi hija cuando estaba en mi vientre. Usted me ayudó a no hacerlo. Hoy esta hija es la que da sentido a mi vida. Aún con su discapacidad es la alegría de nuestra familia”.

Nuestra experiencia eclesial puede mostrar miles de situaciones como ésta. ¿Cuál fue el móvil de ese sacerdote al ayudar a esa mujer? ¿Cuál es nuestro móvil al dirigirnos a las autoridades, a nuestros representantes y a todo el pueblo tratando de apostar por la vida e impedir la legalización del aborto? Créannos: sólo nos mueve el profundo amor de Dios por todos nosotros. Sólo nos mueve el deseo de valorar cada una de las vidas que se engendran y que ya son un ser constituido en el vientre de la madre.

Todos apreciamos lo que hizo la Madre Teresa por cada uno de esos seres débiles, olvidados de la sociedad, excluidos, moribundos en las calles. Esa mujer, de quien nadie puede dudar que sólo era impulsada por el amor, puso tanto empeño en ocuparse de los moribundos como en impedir que las madres cayeran en el gravísimo error de abortar a sus hijos.

Muchas veces se nos quiere hacer aparecer como retrógrados o fundamentalistas ante el tema del aborto. Se acepta y valora el trabajo de la Iglesia en favor de los pobres, pero se nos descalifica cuando defendemos el derecho a la vida. ¿Qué nos pasa como sociedad? Toda la tradición judeocristiana basada en los mandamientos de la Ley de Dios por miles de años consideró que el aborto es un crimen. ¿Qué luces ha recibido esta nueva cultura, qué revelaciones se nos han manifestado para descubrir que lo que siempre fue un mal tan grande hoy ya no lo es? También en otros tiempos hubo abortos, pero siempre se consideró que era un mal a desterrar. Las culturas cambian, pero los fundamentos esenciales de las personas permanecen. La Ley de Dios y el sentido común nos han enseñado que la vida es un gran bien que debemos preservar desde el momento que comienza.

Seguramente muchos de ustedes han visto la película en la que se ha filmado un aborto (El grito silencioso). La técnica nos permite apreciar que no hay ninguna diferencia entre destrozar el cráneo de esa pequeña criatura ya gestada o cometer el homicidio de un niño que camina por la calle.

En nuestros días se ha reavivado la polémica sobre la despenalización del aborto con motivo de situaciones muy dolorosas que afectan la vida de una joven discapacitada y de un ser inocente por nacer. Lo trágico de esta situación no puede hacernos olvidar que podemos asesinar a un inocente.

Esta polémica no es una discusión más entre tantas. Es una cuestión de fondo. Nunca, como en este caso, puede decirse que es una cuestión de vida o muerte. Tan es así, que involucra a todos los ciudadanos de cualquier credo o condición social. ¿Cuál será la opción de los argentinos? Cada uno en su conciencia debe discernir si quiere una sociedad que respete la vida de todos los seres engendrados. Los que creemos en Dios debemos darle ante todo a Él la propia respuesta. A los que no creen, los invitamos a que consideren qué les dice el sentido común frente a un ser ya engendrado que es verdadero sujeto de derechos humanos. A todos les pedimos, es más, les rogamos asumir este tema con la seriedad que se merece.

Los cristianos, como nos enseña San Pablo, no entristezcamos a Dios: no sembremos la cultura de la muerte en nuestra sociedad. Por el contrario, sembremos la esperanza y la alegría que provienen del amor de Dios por sus criaturas. Así nos lo enseñó Jesús, quien pidió al Padre que no se pierda ninguno de los hermanos.

María, que en Belén alumbró al Hijo de Dios, nos ayude a optar siempre por la vida.



Buenos Aires, miércoles 23 de agosto de 2006

144ª reunión de la Comisión Permanente

de la Conferencia Episcopal Argentina




La invisibilidad del otro - Juan Cianciardo

La invisibilidad del otro

Por Juan Cianciardo
Para LA NACION

Poco después de que la Suprema Corte bonaerense -el 31 de julio de 2006- autorizó la práctica del aborto en una mujer con deficiencias mentales que había sido violada, Héctor Negri, juez de ese tribunal, que por razones de salud no intervino en el caso, señalaba que lo había afectado profundamente uno de los puntos resolutivos de la sentencia. Resaltó, concretamente, que según la mayoría de la Suprema Corte no correspondía "expedir un mandato de prohibición a la práctica de interrupción del embarazo sobre la joven L.M.R."

Al doctor Héctor Negri lo conmovió la crudeza lapidaria de la expresión: se prefirió eludir un "autorizamos el aborto" y se optó por ignorar completamente al no nacido, eludiendo incluso su mención, asignando, quizás, a la palabra un poder demiúrgico, capaz de hacer desaparecer los aspectos de la realidad que incomodan o no se acomodan a los intereses propios.

Esa frase, en definitiva, fue la fórmula elegida para condenar a muerte a un ser humano. No es una fórmula original ni poco trillada: el camino psicológicamente menos culpable y jurídicamente más corto para negar a alguien sus derechos es negarle que, precisamente, sea alguien.

Si el otro no es otro, no es persona, no tiene derechos y, por eso, negárselos no es en realidad negárselos, sino afirmar su condición de objeto, de res que puede ser libremente utilizada por quienes sí son "alguien".

Los costos de esta construcción de una realidad ficticia, a la medida del propio interés y sin importar las consecuencias, son el cercenamiento de la experiencia y, en perspectiva ética, la barbarie.

Además, quienes así reflexionan -en este caso, la mayoría de la Suprema Corte- no pueden evitar incurrir en contradicciones: obsérvese que el expediente que ellos mismos contribuyeron a caratular y luego resolvieron fue "R.L.M., «NN, persona por nacer. Protección. Denuncia»".

Se aceptó en la propia carátula que en el caso estaba en juego la vida de alguien: la vida de "NN, persona por nacer", por más que, luego, en la parte resolutiva, se haya omitido toda mención al asunto ("Vive como piensas o terminarás pensando como vives").

La necesidad de autojustificación conduce a una cerrazón (a un "me tapo los ojos, no quiero ver") que llega a extremos insospechados.

Sólo así puede entenderse la negativa de la mayoría de la Suprema Corte a uno de los pedidos del juez Pettigiani, que integró la minoría: realizar una ecografía, tendiente a conocer el estado de salud y el grado de viabilidad extrauterina de "NN, persona por nacer" para, de algún modo, "hacerlo hablar", de acuerdo con el derecho del niño a expresarse en todo proceso que le concierna. Teniendo a la vista las circunstancias del caso, cuesta imaginar una petición más sensata.

No se trata de un caso aislado, lamentablemente. El periodista de LA NACION que días pasados entrevistó a quien luego sería condenado como autor material del homicidio de Axel Blumberg destacaba en su crónica que el delincuente describía su participación en los hechos omitiendo no sólo la mención del nombre de la víctima, sino, incluso, cualquier tipo de referencia a ella.

También aquí -como en el nazismo, en el apartheid o en la "guerra preventiva"- el paso previo al crimen y a su intento de justificación posterior es fingir la invisibilidad del otro.

El autor es profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Austral

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